viernes, 30 de enero de 2015

LAS ACTITUDES Y LA EDUCACIÓN

Las actitudes pueden considerarse uno de los aspectos psicológicos que han alcanzado más difusión tanto en el área académica como extra-académica. Uno de los teóricos más importantes en este campo, Alport, señala que esta notoriedad se debe, fundamentalmente, a dos hechos:

1. No se las puede considerar propiedad exclusiva de ninguna escuela del pensamiento.
2. Escapan a la controversia entre herencia y medio puesto que combinan los dos aspectos de la misma. 

Es posible, en este sentido, concebirlas como “descripciones elementales de conducta, en potencia, sintetizadas en base a sus dotaciones psíquicas innatas y al contenido de sus experiencias socioculturales” (Pastor Ramos, 1983).

Por otra parte, este concepto incluye un amplio espectro de problemas teóricos y prácticos importantes en el área de las relaciones humanas, como son la propaganda, las creencias religiosas, políticas, etc.

A esto hay que unir la falta de unanimidad en aspectos tales como su definición, su relación con la conducta y las teorías sobre su adquisición y cambio.

Todo ello ha llevado, a que el tema de las actitudes haya ocupado y ocupe, en la actualidad, un lugar central en el área de las ciencias humanas.

En relación a su definición, no se puede afirmar una unanimidad respecto al significado del término actitud. Lo que se encuentra son distintas descripciones de este fenómeno que varían en función del pensamiento y contexto de cada investigador. La explicación a este hecho se basa en que las actitudes no constituyen ninguna entidad observable sino que son construcciones teóricas que se infieren de ciertos comportamientos externos, generalmente verbales. 

Señalaremos un par de definiciones clásicas: - Alport (1935) concibe las actitudes como, “un estado mental y nervioso de disposición, adquirido a través de la experiencia, que ejerce una influencia directiva o dinámica sobre las respuestas del individuo”.

 Esta definición pone el acento en que las actitudes son disposiciones de comportamiento, por tanto, no conductas actuales y, además, predisposiciones habituales que tienen un fundamento fisiológico en conexiones nerviosas determinadas y que se adquieren por la experiencia.

 - Rokeach (1968), por su parte, las define como, “una organización de creencias relativamente permanentes que predisponen a responder de un modo preferencial ante un objeto o situación”. Esta definición remarca la idea de que las actitudes son predisposiciones de conducta, es decir, actúan como una fuerza motivacional del comportamiento humano. Parece, por tanto, que los autores coinciden al acentuar el aspecto de predisposición comportamental de estos elementos. Sin embargo, estas variables son algo más.

Las actitudes deben su fuerza motivacional a que producen ciertos sentimientos, placenteros o displacenteros, en el sujeto.

En definitiva, las actitudes aparecen como un fenómeno de difícil definición. Sin embargo, las diversas concepciones apuntan a la consideración de estos elementos como aspectos no directamente observables sino diferidos, compuestos tanto por las creencias como por los sentimientos y predisposiciones comportamentales hacia el objeto al que se dirigen. Constan, por tanto, de tres componentes:

1. Cognitivo: Las actitudes contienen ideas, creencias, imágenes, percepciones sobre los objetos, personas o situaciones a los que se dirigen.

2. Afectivo: Las actitudes poseen una importante carga emotiva. La presencia cognitiva de un objeto de actitud no es un hecho meramente racional sino que va acompañada de sentimientos agradables o desagradables hacia el mismo. Esta carga afectiva es la que otorga fuerza motivacional a estos elementos.

3. Comportamental: Las actitudes no son únicamente creencias sobre un objeto determinado acompañadas de un afecto respeto al mismo, sino disposiciones a reaccionar de una cierta forma ante el estímulo.

Sin embargo, son tendencias, no reacciones puesto que no siempre se llega a la acción. Con respecto al área educativa, el tema de las actitudes ha sido, y es en la actualidad, una constante en este campo.

Además, la relación actitudes-educación no va en un único sentido sino que es bidireccional. Las actitudes influyen en el proceso enseñanza-aprendizaje y, a su vez, la educación tiene un amplio poder sobre ellas.

Así, se aprende mejor aquello que concuerda o es congruente con nuestras propias actitudes o lo que produce mayor agrado, y una educación adecuada puede mejorar las actitudes de los estudiantes ante un área determinada.



Los estudios y las investigaciones que se realizan en el área educativa tienden a centrarse más en los factores externos a la misma (contenidos, importancia del profesor, etc.) que en los internos (intereses, motivos, actitudes, etc.), por lo cual muy pocas veces se ha analizado de manera sistemática el influjo de las actitudes en el aprendizaje o el poder que tiene la educación en la formación y cambio de las mismas.

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