Las matemáticas no podrían
funcionar sin el cero. Éste está en el meollo de conceptos matemáticos que
hacen que el sistema numérico, el álgebra y la geometría funcionen. En la línea
de los números, el 0 es el número que separa los números positivos de los
negativos y, por consiguiente, ocupa una posición privilegiada. En el sistema
decimal, el cero sirve como marcador de posición que nos permite usar tanto
números enormes como cifras microscópicas.
A lo largo de cientos de años, el
cero se ha ido progresivamente aceptando y utilizando, y se ha convertido
en una de las mayores invenciones del
hombre. El matemático norteamericano del siglo XIX G.B. Halsted adaptó El sueño de una noche de verano de
Shakespeare para escribir sobre él como el motor de un progreso que otorga “a
la nada impalpable, no solamente un nombre y un espacio de existencia, una
imagen, un símbolo, sino también un poder útil, la característica de la raza
hindú de la que surgió”.
Cuando se introdujo el cero, se
debió de considerar algo extraño, pero los matemáticos tienen la manía de
aferrarse a conceptos extraños que resulten ser útiles mucho más tarde. El
equivalente de ello en la actualidad se da en la teoría de conjuntos, en la que
la idea de un conjunto es un grupo de elementos. En esta teoría ∅ designa el conjunto sin
ningún elemento, el llamado “conjunto vacío”. Ahora esa idea resulta extraña,
pero, al igual que el 0, es indispensable.
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